Época: Vida cot fin XX
Inicio: Año 1973
Fin: Año 2000

Antecedente:
El deporte de masas

(C) Isabel Cervera



Comentario

La progresión de las atletas chinas reabre el debate sobre el dopaje, la asignatura pendiente más veces suspensa y aplazada por los responsables del deporte. Unas veces por desinterés de los propios directivos, otras por verdadera maestría del deportista en el manejo de las trampas. En los últimos seis años, el progreso ha remitido, al menos en el deporte rey, el atletismo. Sobre todo tras la publicidad de dos casos ilustres, de ambos sexos: el canadiense Ben Johnson, que consiguió un registro "imposible" en los Juegos de Seúl gracias a los anabolizantes, y la alemana oriental Katrin Krabbe. En el caso de Johnson había premeditación: reconoció que llevaba consumiendo esteroides androgénicos desde 1981. "He tomado pastillas de todos los colores", dijo al juez. En aquel año, su marca en los 100 metros lisos se recortó de 10,62 a 10,25 segundos. La Federación Internacional de Atletismo, que había sospechado desde que Johnson cayó en manos del entrenador Charlie Francis, "El químico", desposeyó al forzudo canadiense de records y medallas con carácter retroactivo, desde 1984. Poco le importa. La publicidad que le ha dado el caso ha permitido al canadiense vestirse y probar como jugador de fútbol europeo y de fútbol americano. Cada camiseta que se enfundó significó un puñado de dólares. Gracias al "caso Johnson" se sabe que el mercado negro de los anabolizantes mueve, sólo en Estados Unidos, al menos 10.000 millones de pesetas anuales que dan lucro y dudoso prestigio a laboratorios como el del ex atleta británico David Jenkins, que surtió desde México a los atletas norteamericanos hasta que fue detenido en 1988: controlaba el 70 por 100 del tráfico. El caso de Krabbe es un desliz de la picaresca. En el cambio de unas muestras de orina, en un control antidopaje por sorpresa en Suráfrica, en enero de 1992, se le detectó clembuterol, sustancia que algunos ganaderos suministran a las vacas para aumentar su volumen muscular. Los expertos especularon con el método empleado, seguramente de forma apresurada: se habló de unas bolsas con orina introducidas en la vagina que la propia atleta vacaría al miccionar en el control antidopaje. Un depósito de la forma y tamaño de un tampón permitiría a la atleta correr incluso con el invento. La repercusión de estos dos casos, que se saldaron con contundentes sanciones de cuatro años para ambos -a perpetuidad para Johnson, por ser reincidente- espantó a todas las especialidades. En halterofilia, antes de que en 1988 se hiciera el control obligatorio, se lograba una media de 30 ó 40 récords del mundo anuales. Desde entonces el goteo es escaso. En otras especialidades, como el tenis, el automovilismo y el motociclismo, los controles no son obligatorios. En el ciclismo, el deporte más duro que existe, según los expertos, se realizan controles, pero las sanciones parecen ridículas frente a las que se imponen en atletismo. El positivo de un ciclista significa cuatro meses de sanción, que puede cumplir en vacaciones. El caso de Krabbe es uno más en la larga lista que el atletismo femenino ha conocido en los últimos veinte años. En su afán por lograr el éxito, más allá del Telón de Acero, valía casi todo. Atletas rusas y alemanas llegaron a quedarse embarazadas por inseminación artificial dos meses antes de las competiciones, pues la secreción de hormonas para favorecer el crecimiento del feto les permitía hacer las mejores marcas en el torneo o campeonato. Un sencillo aborto terapéutico acababa con el proceso. Pero la antología de las trampas es tan variada como extensa. El caso de Krabbe y sus compañeras Silke Móller y Grit Breuer fue un simple error de falta de previsión: las muestras de orina de las tres atletas eran iguales. Hay quien ha denominado a la extinta RDA "República del Doping de Alemania". El semanario alemán Der Spiegel publicó varios reportajes de investigación desmantelando en los últimos años la trama de la república oriental en materia deportiva desde la Segunda Guerra Mundial. El gobierno resultó implicado en programas de dopaje que abarcaba el uso del Oral Turinabol (esteroide androgénico) y experimentos con atletas para desarrollar nuevas drogas estimulantes no incluidas entre los fármacos. El nadador Raik Hanneman, medalla de plata en los campeonatos europeos de 1989, fue claro al explicar las razones que le llevaron a doparse: "era la única forma de integrarme en los privilegios del sistema: quería un apartamento, un coche y una buena educación. Eso sólo podía lograrlo gracias al deporte". Hanneman era un prisionero del sistema. El que se negaba al suministro de sustancias era apartado de la elite y la posibilidad de entrenar. La saltadora de longitud Heike Drechsler, de la RDA, ha mantenido su nivel, siempre entre las mejores del mundo, después de la reunificación alemana. Ella siempre lo negó, pero se la señala como conejillo de indias del régimen. Su colega Heike Henkel, saltadora de altura, abanderó una cruzada contra el dopaje: compitió siempre con camisetas con leyendas como "Athletics without doping" (Atletismo sin dopaje) y "In the top without doping" (En lo más alto, sin dopaje). En la piscina, la diáspora de deportistas autómatas que ya no baten records, es aún más sospechosa. Astrid Straus, ex campeona del mundo de 800 metros, obtuvo sus mejores éxitos en la pubertad. Al entrar en la veintena, su peso se disparó de forma desproporcionada. Compitió en una prueba de la Federación Internacional, y fue la primera nadadora de la RDA que descubrió el pastel que se había cocinado en la RDA en los 70 y los 80. Hasta entonces, marzo de 1992, sólo había referencias de médicos, entrenadores y nadadores, siempre referidas al pasado. Kornelia Ender, ganadora de cinco medallas en los Juegos de Montreal 76 reconoció la posibilidad de haber consumido sustancias prohibidas, pero sin saberlo. Otras, como la ex plusmarquista mundial de 100 metros mariposa a finales de los años 70, Chistiane Knacke, reveló que llegó a tomar entre 10 y 15 píldoras diarias de esteroides: se vio obligada éticamente a declarar al comprobar los desarreglos hormonales que sufría su hija, el aborto que tuvo su compañera Andrea Pollack y las deformaciones de los dos hijos de la ex campeona mundial de 100 y 200 metros Barbara Krausse. La célebre Katrin Krabbe también perdió en marzo de 1994 el hijo que esperaba. Otras campeonas, como Kristin Otto, que ganó seis oros en Seúl 88, negaron todo repetidas veces con cierta indignación. Pero el catedrático de la universidad de Heidelberg Werner Franke, la dejó en evidencia en el diario Berliner Zeitung. En un control antidopaje realizado por las autoridades de la RDA en Bonn, en 1989, Otto, Daniela Hunger, Dagmar Hase y Heike Friedrich, las reinas de las piscinas en los 80, superaron hasta seis veces los niveles permitidos de testosterona. Todas acabaron saturadas de medallas en aquella competición. Tras la desaparición de la RDA, 300 médicos han emigrado a Austria, Italia, Hungría, China, Corea y España, según han denunciado algunos especialistas. Los Juegos de Seúl 88 marcan el punto de inflexión en la historia de las trampas, como apuntó el doctor Juan Manuel Alonso, de la Federación Española de Atletismo. "El caso Johnson" es el más famoso, pero en aquella edición se denunció también un procedimiento que llevaba al menos dos décadas en vigor: una punción en la vejiga introduce orina limpia en el atleta que va a pasar el control antidopaje. La micción del entrenador cómplice es la que analizan en laboratorio. En las mujeres, para evitar el pinchazo, a veces se utilizaba un catéter. Una variante, digna de 007, es ocultar una pera con orina limpia bajo la axila. El atleta presiona cuando va a orinar en el control, y un tubo sale bajo el pantalón con la micción sana. Al ciclista francés Michel Pollentier le pillaron "in fraganti" en el Tour de Francia de 1978. El "prestaorina" era el mecánico del equipo. Se han llegado a realizar transfusiones de sangre propia congelada meses antes en un entrenamiento en altura: la riqueza en glóbulos rojos y oxígeno permitirá lograr más rendimientos en pruebas de mediofondo y fondo. El método más frecuente, con todo, es adelantarse a la prohibición. Pedro Delgado lo hizo sin proponérselo en el Tour que ganó, en 1988, por tomar probenecina para curar un constipado: era un producto prohibido por las listas del Tour y el COI, pero la Unión Ciclista Internacional (UCI) aún no tenía tipificada esa droga, que enmascara los anabolizantes en los controles: retiene la orina, con lo que disminuyen las posibilidades de dar positivo por esteroides. Si Delgado hubiese sido atleta, le habrían caído cuatro años de suspensión. Otro ciclista, Jaime Huélamo, fue descalificado y privado de su medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Munich, en 1972, por hallarse en su orina restos de coramina. Su delito fue la ignorancia: la coramina aún no estaba catalogado por la UCI. A Carl Lewis, siempre abanderado en la batalla contra el dopaje, le fueron detectadas hormonas del crecimiento en el mundial de Helsinki, en 1983. Entonces no estaban prohibidas. El rumor sobre su consumo pesa también sobre Florence Griffith, que se retiró en 1988, un año antes de la prohibición. Un último truco son los diuréticos, que aceleran la eliminación de orina para hacer desaparecer los residuos dopantes. En algunos deportes, en los que el peso tiene especial importancia, como el boxeo o la lucha, los tramposos los utilizan para bajar de categoría. En una reciente reunión de expertos celebrada en Alemania, federaciones internacionales como la de ciclismo, la de tenis y la de fútbol dieron largas a la homologación total del control que realizan con el del atletismo. Pronto se verán obligadas a hacerlo: en 1992 estuvo a punto de no celebrarse el torneo de la raqueta de oro y diamantes de Bruselas, uno de los más cotizados, al exigir las autoridades belgas a la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP) la implantación de los controles. En Estados Unidos, los deportes superprofesionalizados, como el fútbol americano, tienen una legislación antidopaje muy severa. Los deportistas deben agradecérselo a Lyle Alzado, un esmirriado joven que pretendía llenar sus 190 centímetros de músculo para fichar por el equipo de una gran universidad. En 1969 pesaba 86 kilos. En 1978, 135. ¿El secreto? los 50 miligramos diarios de dianabol que consumía para aumentar su masa muscular. Consiguió su propósito: fue una gran estrella de los Broncos y los Raiders. Pero a los 41 años, ya retirado, decidió volver a los anabolizantes, por adicción, y su cuerpo no lo resistió. Falleció al poco tiempo de cáncer. Un caso más reciente es el de Todd Marinovich, detenido en enero de 1991 por consumo y tráfico de cocaína y marihuana. Hoy, la Liga Nacional de Fútbol Americano (NFL) realiza controles obligatorios a todos los jugadores en la pretemporada y controles aleatorios a lo largo de la liga. Si un jugador da positivo en un control, se le concede el beneficio de la duda: sólo cae sobre él una multa y cuatro partidos de suspensión. Si es reincidente, se le propone una cura de desintoxicación que, si acepta, sólo le obliga a cumplir seis meses de suspensión. Si hay una tercera vez se acaba el deporte para él. Hay quien asegura que la NFL no ha admitido al atleta Ben Johnson por su juego sucio. La NBA, la liga de baloncesto, tiene una normativa similar. Los responsables de la competición y la Asociación de Jugadores firmaron un acuerdo que obliga a los profesionales a someterse a tratamiento médico cuando consuman droga. Si es reincidente por tercera vez, se sanciona al jugador a perpetuidad. La moralidad norteamericana concede algunos atenuantes como la confesión: si un jugador reconoce su drogodependencia, es sancionado, pero mantiene su sueldo. El jugador de los Suns de Phoenix, Richard Dumas, no pudo cobrar nada por llevar en secreto su adicción. Dumas era reincidente: ya fue sancionado por cocaína cuando era universitario.Entre los universitarios, la coca es moneda común. Chris Washburn fue el tercer jugador en el "draft", la lista a la que acceden los equipos profesionales para elegir jugadores universitarios. Jugó un año con los Golden State Warriors, pero no pudo apenas jugar con los Atlanta Hawks, pues fue sancionado a perpetuidad tras recaer varias veces. De aquella lista, el segundo, Len Bias; el sexto, William Bedford, y el séptimo, Roy Tarpley dividieron su carrera entre las canchas y las clínicas de rehabilitación.La polémica sobre el consumo indiscriminado de sustancias dopantes en el ciclismo durante los 70 fue reabierta por el ex corredor José Manuel Fuente, ganador de dos vueltas a España (1972 y 1974) y cuatro premios de la montaña en el Giro de Italia. En una entrevista concedida al diario El País en noviembre de 1993 aseguraba que el propio ciclista era el que se pinchaba: "Si trabajabas para los compañeros y no luchabas por una buena clasificación, tomabas y te arriesgabas, esperando que no te tocara pasar el control antidopaje". Según Fuente, el material más utilizado era la anfetamina (sulfatina, tenedrón, pervitín o centramina), en pastillas o por vía intravenosa.Entonces, las anfetaminas no estaban perseguidas. En el pelotón de los 70 recuerdan que en plena carrera, sin rubor ante los aficionados, algunos corredores se bajaban de la bicicleta para inyectarse. En pleno Tour de Francia de 1967, Tom Simpson falleció en la escalada del Mont Ventoux: en la autopsia le encontraron restos de anfetamina. Felice Gimondi, ganador de un Tour de Francia, dos Giros de Italia y una Vuelta a España, protagonizó dos positivos en el Giro de 1968 y otro en el Tour de 1975. En 1969, el belga Eddy Merckx, para muchos el mejor ciclista de todos los tiempos, tuvo que abandonar el Giro de Italia al detectársele estimulantes. En España, aparte del "descuido" en el caso de Pedro Delgado en 1988, Angel Arroyo es descalificado en pleno podio de la Vuelta a España de 1982 por dar positivo. El título de esa edición recayó sobre el segundo, el vasco Marino Lejarreta. En 1990, una prueba menor, el gran premio de Albacete, desveló como consumidor de cocaína a José Recio. El ha negado que fuera un adicto.Poco a poco, el fantasma del doping parece controlarse. Entre los 53.165 controles antidopaje realizados por el Comité Olímpico Internacional en 1991, hubo 380 positivos. El mayor porcentaje de fraudes se registró en una especialidad con mucha exigencia física, como el biatlon (ciclismo y carrera): de los 96 deportistas que se sometieron al control, tres dieron resultado positivo. En ciclismo, el porcentaje era del 1,08 por 100. En halterofilia, donde la masa muscular juega un papel prioritario, la cifra alcanzó los 80 casos de los 4.466 analizados. Los gobiernos se han puesto cada vez más duros en la lucha contra el doping. En Dinamarca, una nueva ley prevé incluso la cárcel para el deportista que dé positivo en el control antidoping. Según el ministro de Salud, Torben Luud, "el dopaje causa perturbaciones físicas y psíquicas, es un atentado a la salud y una violación de los principios básicos del deporte". El Comité Nacional Olímpico Italiano ha aprobado el reglamento que regirá en la Comisión de Investigación sobre el Dopaje, que prevé, entre otras cosas, la reducción de la sanción al atleta dopado en el caso de que colabore en la depuración de responsabilidades. No se puede reprimir al atleta, el eslabón más débil de una cadena larga. En Italia, la sensibilidad sobre dopaje se ha incrementado en los últimos años, con la llegada de algunos casos al fútbol: los argentinos Diego Maradona y Claudio Caniggia dieron positivo por consumo de cocaína.La aureola que suscitó la aparición del "caso Maradona" desveló por inercia otros casos, como el del boxeador norteamericano Ray Sugar Leonard, uno de los mejores pegadores de los años 80: confesó, al conocer la noticia, que él también había consumido coca entre 1982 y 1985, restando importancia al asunto.